Textos varios, ensayos...



INDIVIDUO Y LENGUAJE

Por tener el lenguaje misión primordialmente comunicativa, y servir de enlace entre persona y persona, solemos fijarnos únicamente en este su valor social. ¿Pero no es, antes, algo más que eso? Imaginémonos un niño chico, en un jardín. Hace muy poco que aprendió a andar: le llama la atención una rosa en lo alto de su tallo, llega delante de ella y, mirándola con los ojillos nuevos, que se le encienden en alegría, dice: "¡Flor, flor!" Nada más que esto. ¿A quién se lo dice? Pronuncia la palabra sin mirar a nadie, como si estuviera solo con la flor misma. Se lo dice a la rosa. Y a sí mismo. El modular esa sílaba es para él, para su ternura, gran hazaña. Y ese vocablo, ese leve sonido, flor, es en realidad un acto de reconocimiento, indicador de que el alma incipiente del infante ha aprendido a distinguir de entre las numerosas formas que el jardín le ofrece, una, la forma de la flor. Y desde entonces, cada vez que aperciba la dalia o el clavel, la rosa misma, repetirá con aire triunfal su clave recién adquirida. Significa mucho: "Os conozco, sé que sois las flores." El niño asienta su conocer en esa palabra.

El mundo exterior se extiende ante él, todo confuso, como amontonamiento de heterogeneidades, de formas variadas, indistinto, misterioso, indiscernible. Empieza a andar el niño por la vida como andaríamos nosotros por una vasta estancia a oscuras, en la que se guarda una gran copia de objetos, muebles, libros, estatuas. La vista no llega a percibir con exactitud ninguna cosa, yerra sobre el conjunto, desvalida; pero si enfocamos una linternilla eléctrica sobre el montón, de su abigarrada mescolanza saldrá, preciso, exacto, el objeto que el rayo de luz aprehenda en su haz. El niño, cuando dice "flor", mirando a la rosa o al clavel, emplea la palabra denominadora, como un maravilloso rayo delimitador que capta en el desconcierto del mundo material una forma precisa, una realidad. ¡Gran momento es éste! El momento en que el ser humano empieza a gozar, en perfecta inocencia, de la facultad esencial de la inteligencia: la capacidad de distinguir, de diferenciar unas cosas de otras, de diferenciarse él del mundo. El niño, al nombrar al perro, a la casa, a la flor, convierte lo nebuloso en claro, lo indeciso en concreto. Y el instrumento de esa conversión es el lenguaje. Lo cual significa que el lenguaje es el primero, y yo diría que el último modo que se le da al hombre de tomar posesión de la realidad, de adueñarse del mundo.
                                                          
                                                                                          Pedro Salinas
Escritor español adscrito a la Generación del 27
(Madrid 1881 – Boston 1951)
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LA LITERATURA: UN LUJO NECESARIO


Introducir a los adolescentes en el reino de los libros es enseñarles que éstos no son monumentos intocables o residuos sagrados, sino testimonios cálidos de la vida de los hombres, palabras que nos hablan con nuestra propia voz y que pueden darnos aliento en la adversidad y entusiasmo en la desgracia. Decía Ortega y Gasset que los grandes escritores nos plagian, porque al leerlos descubrimos que están contándonos nuestros propios sentimientos. En este sentido, yo no creo que el escritor sea alguien aislado de los otros y singularizado por el genio o por el talento. El escritor, más bien, es el que más se parece a cualquiera, porque es aquel que sabe introducirse en la vida de cualquier hombre y contarla como si la viviera tan intensamente como vive la suya propia.

La literatura, pues, no es aquel catálogo abrumador y soporífero de fechas y nombres con que nos laceraba aquel profesor del que les hablé antes, sino un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y vidas que están a nuestra disposición igual que lo estaban a las de Adán y Eva las frutas de los árboles del Paraíso. Gracias a los libros nuestro espíritu puede romper los límites del espacio y del tiempo, de manera que podemos vivir al mismo tiempo en nuestra propia habitación y en las playas de Troya, en las calles de Nueva York, en las llanuras heladas del Polo Norte, y podemos conocer a amigos tan fieles y tan íntimos como los que no siempre tenemos a nuestro lado pero que vivieron hace cincuenta años o veinticinco siglos. La literatura nos enseña a mirar dentro de nosotros y mucho más lejos del alcance de nuestra mirada. Es una ventana y también un espejo. Quiero decir: es necesaria. Algunos puritanos lo consideran un lujo. En todo caso es un lujo de primera necesidad.
                                                                                             
Antonio Muñoz Molina
Escritor español y académico de la RAE desde 1996
(Úbeda, Jaén 1956 -)
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UNA MUJER DEL PUEBLO

Con frecuencia solía observar a una pobre mujer que tenía un pequeño comercio, no en un quiosco, sino en plena vía pública. Estaba allí bajo la lluvia, el viento, la nieve, con un niño de pecho entre sus brazos. Su vestimenta, lo mismo que los pañitos de su vástago, estaban siempre cuidadosamente limpios.

Cierta vez, una dama distinguida pasó ante ella y la reprochó porque no había dejado en casa al pequeñuelo, tanto más cuanto que éste la dificultaba en su comercio.

En otra ocasión pasaba por la misma calle un pastor protestante. Acercóse a ella y pretendió llevar al niño a un asilo.
La pobre madre, con buenas maneras, agradeció la intención. Mas, ¡hubierais visto con qué mirada contempló a su infante! ¡Si hubiera estado helado, aquella mirada lo habría recalentado! ¡Si hubiera estado agonizante de hambre y de sed, aquella mirada lo habría restaurado! ¡Si hubiera estado muerto, aquella mirada lo habría resucitado! Pero el niño dormía, y ni siquiera una sonrisa de sus labios podía recompensar a la madre.
Esa mujer era madre. Sabía que un hijo es una bendición. Si yo fuera pintor, la pintaría en aquella actitud.

                                                                                              Sören Kierkegaard
Filósofo, pensador, teólogo, etc.
(Copenhague 1813 – 1855)

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ELOGIO DEL LIBRO

Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros. A lo largo de la historia el hombre ha soñado y forjado un sinfín de instrumentos. Ha creado la llave, una barrita de metal que permite que alguien penetre en un vasto palacio. Ha creado la espada y el arado, prolongaciones del brazo del hombre que los usa. Ha creado el libro, que es una extensión secular de su imaginación y de su memoria.

A partir de los Vedas y de las Biblias, hemos acogido la noción de libros sagrados. En cierto modo, todo libro lo es. En las páginas iniciales del Quijote, Cervantes dejó escrito que solía recoger cualquier pedazo de papel impreso que encontraba en la calle. Cualquier papel que encierra una palabra es el mensaje que un espíritu humano manda a otro espíritu
.

Ahora, como siempre, el inestable y precioso mundo puede perderse. Sólo pueden salvarlo los libros, que son la mejor memoria de nuestra especie.

Hugo escribió que toda biblioteca es un acto de fe; Emerson, que es un gabinete donde se guardan los mejores pensamientos de los mejores; Carlyle, que la mejor universidad de nuestra época la forma una serie de libros. Al sajón y al escandinavo les maravillaron tanto las letras que les dieron el nombre de "runas", es decir, de misterios, de cuchicheos.

Pese a mis reiterados viajes, soy un modesto Alonso Quijano que no se ha atrevido a ser Don Quijote y que sigue tejiendo y destejiendo las mismas fábulas antiguas. No sé si hay otra vida; si hay otra, deseo que me esperen en su recinto los libros que he leído bajo la luna con las mismas cubiertas y las mismas ilustraciones, quizá con las mismas erratas, y los que me depara aún el futuro.
        
                        Jorge Luis Borges
Escritor argentino
(Buenos Aires 1899 – Ginebra 1986)
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Vedas: cuatro textos sagrados en sánscrito del hinduismo.
Runas: letras que forman parte del alfabeto rúnico, utilizadas por pueblos germánicos, también en las islas británicas en la Antigüedad y Edad Media. En alemán antiguo: cuchichear."Run-wita”. Actualmente se utilizan como signo adivinatorio.
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LA PARTE DEL LECTOR



Decir que el lector completa con su lectura el significado de la obra es decir poco. Antes que eso, el lector hace que la obra exista. A diferencia de un cuadro, que tiene una existencia objetiva a partir del momento en que está terminado, una novela no leída es como una partitura no interpretada, con independencia de que su autor sea un desconocido o un Cervantes. Y no bien la obra arraiga en el público lector, es también la lectura lo que la mantiene viva. No se trata, por supuesto, de un favor que el lector esté haciendo al autor o a la obra, sino más bien de un trueque, de una especie de intercambio de energía, toda vez que, iniciada la lectura, el lector necesita imperiosamente acabarla. En ocasiones experimenta esa necesidad incluso antes de empezar a leer la obra, en razón de lo que le han contado o de lo que ha leído acerca de ella. Así son las cosas y así seguirán siendo presumiblemente, por más que en ocasiones, con los tiempos que corren, la duda nos embargue. Le embargaba, por ejemplo, al dueño de la papelería del pueblo al lamentarse de que el libro que mejor había vendido con motivo del Día del Libro era uno titulado El libro blanco, una obra compuesta íntegramente de hojas en blanco.


Lo cierto es que en un mundo donde el concepto de entretenimiento se antepone al de cultura, todo facilita que El libro blanco sea el ideal de libro. Pues si a los adultos se les trata como a niños a los que hay que tener entretenidos con lo que sea, el plan previsto para los niños es mucho más sistemático. Se trata de que aprendan no lo que el individuo necesita para poder considerarse como tal, sino lo que la sociedad necesita, que es como decir lo que necesita el mercado. Los planes de estudio se orientan explícitamente en este sentido, con la objetividad de algo que es de fuerza mayor, y lo cierto es que, como si verdaderamente lo fuera, los padres de familia suelen prestar su conformidad, en la creencia, además, de que así se evita a los críos esfuerzos innecesarios. Se trata de ser pragmáticos, de que el niño estudie sólo lo que vaya a serle útil en su vida de cada día, ahorrándole el aprendizaje de conocimientos acerca del mundo en el que vive y acerca de sí mismo que no sólo carecen de aplicación práctica, sino que incluso pueden ser causa de infelicidad. Entre los conocimientos que de este modo se le ahorran, yo destacaría una serie de nociones generales relativas a lo que es el mundo y a lo que ha sido en el pasado; a lo que el hombre ha conjeturado acerca de sí mismo a lo largo de la Historia; al papel de las artes, del pensamiento y de la memoria; al valor del lenguaje y de lo que a través del lenguaje está a nuestro alcance merced a la lectura. Pero se da por supuesto que la ignorancia sólo es causa de frustración si se la contrasta con el conocimiento. Y con no contrastarla...


Un planteamiento, ni que decir tiene, totalmente equivocado. Ni siquiera el ordenador está capacitado para compensar la ignorancia. ¿Cómo buscar en Internet lo que se desconoce, lo mucho que se desconoce? En el Renacimiento no había ordenadores, y unas pocas personas diseminadas por toda Europa, los humanistas, rescataron textos fundamentales pertenecientes al mundo clásico, sepultados bajo casi un milenio de ignorancia. En el futuro, los ordenadores facilitarán enormemente este tipo de rescates, pero el que los maneje deberá tener una formación que en ningún caso le puede ofrecer el ordenador. Una formación con la que sólo contará el que haya leído, alguien capaz no ya de entender, sino de sentir emoción ante un texto determinado, de percibir su fuerza expresiva con independencia del lugar, el tiempo y la lengua en que haya sido escrito.


El tipo de lectura al que me estoy refiriendo es el que realiza normalmente toda persona a la que le guste leer. Por lo general se empieza a leer en la adolescencia; con el tiempo, los más dejan de hacerlo o se entregan exclusivamente a ocasionales lecturas de entretenimiento. Es decir: descartan de antemano toda lectura complicada o, lo que es lo mismo, toda lectura que les haga pensar o que suscite emociones perturbadoras. Tal actitud modifica sustancialmente la operación de leer, ya que el verdadero lector busca exactamente lo contrario y ni se asoma a los libros de evasión. Eso explica que las obras de verdadera calidad literaria sigan siendo leídas al margen del paso del tiempo. Y que los best sellers, las obras de gran éxito de público, dejen de pronto de ser leídas y caigan en el olvido, ya que las lecturas de entretenimiento están sujetas a la promoción comercial y a la moda, y al término de la temporada, de su particular temporada, el propio mercado se encarga de sustituirlas por otras.


Es el lector, por tanto, quien de forma casi despiadada establece la calidad de la obra. Sólo que esa selección reside en la obra, en una cualidad presente en ella que el lector necesita: algo que le hace entender la vida, la propia y la de los demás, de un modo distinto a como la entendía antes de esa lectura. Distinta y, desde luego, más rica en matices, sugerencias y hasta en certidumbres. Una obra que, en este sentido, cambia la vida del lector.


Si el que no lee imagina la experiencia de la lectura como un pasatiempo más, cuando no como una manía, al lector habitual, por su parte, le resulta difícil explicar esa experiencia, que tiene algo de intransferible; necesitaría sentirse un poco escritor para poder expresar mínimamente bien lo que determinada lectura le ha supuesto. Todo ello hace de la experiencia lectora, a la vez que una especie de secreto a voces, un ejercicio con técnicas propias encaminadas a potenciar su efecto. Técnicas que van de la fórmula casera -leer en determinado lugar, acompañado de determinada música, etcétera- al entusiasmo escolástico de aprenderse párrafos enteros de memoria, tal si de cartas de amor se tratase. Bloom, por ejemplo, recomienda leer en voz alta para uno mismo, cosa que hará más de un escritor cuando escribe -yo mismo lo hago-, por lo que no es de extrañar que la intensidad de la experiencia lectora se vea efectivamente incrementada. Lo que nada tiene que ver con esa lamentable lectura pública del Quijote que de forma ritual se repite año tras año, a modo de limosna que se introduce en el cepillo de una iglesia para compensar la culpa derivada de los pecados cometidos, de los libros no leídos en este caso.




Luis Goytisolo - El país 25/09/2001
Escritor español (Barcelona 1935 - )
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LA AMISTAD

La amistad es el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. La definición es amplia porque especificar concretamente en qué consiste resulta complicado. Probablemente habrá casi tantas formas de entenderla como personas.

Existe un adjetivo que solemos colocar junto a la palabra amistad: “Verdadera”. Parece que necesitamos diferenciar ésta de otros tipos. Según Aristóteles, estos tipos serían la amistad por interés y por placer.

La amistad verdadera se basaría en el bien, en la virtud. Y en opinión de este gran filósofo, sólo puede darse entre personas que se desean el bien por sí mismos, sin ningún tipo de interés; por ello, aunque las circunstancias varíen, ella permanece. “La amistad perfecta es la de los buenos y la de aquellos que se asemejan por la virtud. Ellos se desean mutuamente el bien en el mismo sentido”, dice Aristóteles.

Los amigos de verdad son aquellos con los que nos encontramos cómodos, no juzgados, los que nos quieren con nuestros defectos incorporados. Como tan bien expresan las palabras de Elbert Hubbard: “Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”.

La sinceridad es otra de las características de las relaciones auténticas. Sólo con los verdaderos amigos podemos pensar en voz alta, porque la confianza es absoluta. No obstante, la sinceridad no puede entenderse como abrir el grifo de nuestros pensamientos sin medir nuestras palabras. Los amigos, por mucho que nos quieran y confíen en nosotros, son seres humanos, y por ello en su interior habitan inseguridades, dudas, miedos… Nuestras palabras pueden herirlos, así que, incluso con ellos, hemos de cuidar cómo nos expresamos; valorar qué efecto producen en el otro.

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